El hábito de pagar en metálico lleva años en crisis: convertido en algo prácticamente generacional y, desde la pandemia, en una costumbre cada vez menos habitual. Pagar con el móvil o con el reloj es especialmente cómodo, y las visitas al cajero automático para hacerse con dinero en metálico se van convirtiendo en un evento cada vez menos frecuente.
Sin embargo, en la mayor parte de países, pagar en metálico sigue siendo razonablemente posible para aquellos que deseen hacerlo. En los Estados Unidos, en cambio, la cuestión se va
complicando cada vez más: la llegada de los reverse ATM, máquinas en las que introduces dinero en metálico y te devuelven una tarjeta de débito con el equivalente en fondos que puedes utilizar en el establecimiento o fuera de él, ha llevado a que más y más establecimientos opten por dejar de aceptar dinero en metálico, convertirse en cashless, una opción que permite hacer las transacciones más rápidas y reducir robos.
El problema, además, está cuando aquellos que ofrecen ese tipo de servicios de conversión de dinero en metálico en su equivalente electrónico deciden cobrar comisiones, que oscilan entre uno y seis dólares, dependiendo de la cuantía. Si quieres tomarte una cerveza o un perrito caliente en el Yankee Stadium, te encontrarás con que el bar del estadio no admite pagos en metálico, y te indican amablemente un cajero inverso en el que lograr una tarjeta para pagar.