Mi columna en
Invertia de esta semana se titula «China y la descarbonización: ¿susto o muerte?» (pdf), y trata de ilustrar la estrategia de
China de cara a la descarbonización del mundo: utilizarla para convertirse en la mayor potencia industrial a costa de generar emisiones de dióxido de carbono y gases de efecto invernadero durante más tiempo â la hipótesis de su gobierno es que esas emisiones alcanzarán su máximo en torno al año 2030 â mientras producen los elementos necesarios para que el resto del mundo sí pueda disminuir sus emisiones: fundamentalmente vehículos eléctricos, paneles solares y baterías.
Las razones de
China son fundamentalmente históricas: consideran de justicia poder convertirse en «fábrica del mundo» porque Occidente fue quien provocó la emergencia climática a fuerza precisamente de cimentar su poderío económico en unas emisiones completamente descontroladas durante muchas décadas.
Ahora, afirma que la imposición de aranceles a
China está sobre la mesa para evitar que
China sature los mercados con sus productos y perjudique a la industria norteamericana. Una alternativa que, dada la pasividad de la mayor parte de una industria occidental que prefiere ralentizar la descarbonización para seguir facturando gracias a la venta de productos contaminantes, podría resultar enormemente perjudicial para el proceso de descarbonización global.