Perdón. Pido disculpas de antemano, porque lo que voy a escribir no es lo que la comunidad cinéfila quiere oir de un film como 'Vermiglio', calificada desde su primera proyección en el
Festival de
Venecia (donde ganó el Gran Premio del Jurado) como una belleza que atesorar en cada fotograma, con una sutileza extraordinaria y repleta de matices. Siento decir que me he sentido en una especie de engaño colectivo con un filme bella de ver, pero que se limita a observar a sus personajes muy, muy lentamente.
Hay algo fascinante en 'Vermiglio'. ¿Cómo no va a dejarnos pasmados la vista continua de los Alpes italianos desde la perspectiva de un pequeño pueblo aislado de todo durante la II Guerra Mundial? Es como un imán para nuestros ojos, fascinados ante tanta belleza natural, rodado con tino por Maura Delpero, que sabe resaltar la sobriedad del lugar, las imponentes montañas que lo rodean, la tenue luz de unos habitantes que están por estar, sin que nada pueda perturbar su rutinaria paz más allá de los escándalos familiares. Que haberlos, haylos.
Delpero, sin centrarse en dramatismos innecesarios o giros tan sorprendentes como artificiales. Realmente logra que nos metamos en la vida de esta remota villa de montaña, bebamos con ellos, aprendamos en la escuela, notemos la opresión patriarcal. El problema es que por el camino, y buscando esta objetividad, el film se olvida de hacernos sentir absolutamente nada.