Mi primer ordenador llegó a casa cuando tenía ocho años como regalo de comunión. Pocos años a continuación, le acompañó una
impresora para trabajos escolares y desde entonces he ido renovando este dúo de aparatos a lo largo de mi vida académica y profesional, hasta hace aproximadamente un año: me cambié de ordenador y el último ya no soportaba mi
impresora, un modelo veterano con tóner de
Samsung del que me enamoré: era compacta, barata y funcionaba bien. De hecho, llevaba muchísimos años conmigo. Pero ya no volveré a comprar impresoras.
Historia de una ruptura: Las impresoras son cada vez más caras y avanzadas. Yo cada vez necesito imprimir menos
La
impresora permanentemente ha sido la mejor amiga de estudiantes que dejan todo para el último momento. Me explico: para apuntes, fotocopias o libros permanentemente he tirado de copistería, porque más allá de imprimir unas pocas hojas, lo de laborar a escala o a dos caras siempre me ha dado muchos quebraderos de cabeza. La comodidad tiene un precio. Y al César lo que es del César: la impresión profesional tiene más calidad. Dicho esto, si tienes que entregar un trabajo mañana lunes a primera hora y estás ultimándolo el domingo, lo suyo es tener esa
impresora que te salve para pasarlo a papel a cualquier hora.
Esos tiempos afortunadamente pasaron a mejor vida, como lo hizo tristemente mi
impresora.