A medida que más compañías van comprobando que el uso de la
inteligencia artificial como asistente por parte de sus
empleados los hace más productivos y es susceptible de generar posibles ventajas competitivas interesantes y ayudar a clarificar redundancias si es que existen, surge la necesidad de formar a esos
empleados en el uso de ese tipo de herramientas, pero sin que parezca estar todavía muy claro en qué debe basarse esa formación.
Por el momento, llevados por compañías como Microsoft con su Copilot o Google con su Gemini, ese uso de la
inteligencia artificial consiste fundamentalmente en aprender a utilizar asistentes generativos para tareas sobre todo administrativas, desde escribir un correo o una carta a hacer una presentación o una hoja de cálculo. Un uso no especialmente sofisticado y más parecido a lo que son «las clases de ofimática» de hace años, en las que, simplemente, las herramientas se han hecho levemente más sofisticadas.
Eso parece estar llevando a que muchas compañías crean estar formando a sus
empleados en
inteligencia artificial cuando, en realidad, les están dando versiones más o menos glorificadas de habilidades en el llamado prompt engineering, en cuatro recetas básicas para aprender a pedirle cosas de manera eficiente a un asistente generativo.