Mi columna en
Invertia de esta semana se titula «El plástico como desastre planetario» (pdf), y pretende, al hilo del anuncio de algunos países de plantear una reducción de la producción global de plástico que alcanzaría un 40% en un plazo de quince años tomando como base la producción de 2025, hacer un resumen de una situación desastrosa y llena de mentiras interesadas.
El plástico es un material enormemente versátil, hasta el punto de que el adjetivo «plasticidad» denota precisamente eso, versatilidad, adaptabilidad o flexibilidad. Pero precisamente esa versatilidad, unida a la facilidad de su producción, lo ha convertido en uno de los mayores desastres medioambientales conocidos: entre los años 1950 y 2017 se fabricaron nada menos que 9,200 millones de toneladas de plástico, de las cuales más de la mitad se produjeron tan solo desde el año 2004. Es un problema brutalmente creciente, que nos lleva a plantearnos los límites del planeta para absorber una basura prácticamente indestructible, que permanece en los ecosistemas durante cientos de años. Hay plástico absolutamente en todas partes, desde en las nubes hasta en nuestro torrente sanguíneo.
El plástico no es un producto esencial, sino un producto esencialmente peligroso. Hasta el momento, todos los intentos de prohibir los plásticos de un solo uso han resultado en incrementos en la producción de plástico, debido a la habilidad de las compañías para localizar formas de evitar las restricciones.