Ticketmaster es un desastre cocinado a lo largo de mucho tiempo. Lo sabe el gobierno norteamericano, que el pasado mayo inició un juicio antimonopolio para detener la conducta anticompetitiva que surge del poder monopolístico de su compañía matriz,
Live Nation, que gestiona la práctica totalidad de los eventos musicales en el país. Pero lo saben además todos los clientes que hayan intentado adquirir una entrada para un concierto a través de la compañía.
Con la reciente reunificación de Oasis, la banda de los hermanos Gallagher, la cuestión ha terminado de estallar. Una gira de conciertos de gran demanda, que la compañía ha intentado aprovechar para unir a su ya cualidad dinámica de miles de bots compitiendo con los clientes para hacerse con entradas para vergonzosas reventas, para utilizar un sistema de precio dinámico que ha terminado haciendo pagar auténticas barbaridades a muchísimos usuarios que temían quedarse sin entradas.
Los sistemas de precio dinámico son un recurso habitual para asignar bienes de disponibilidad limitada en contextos de elevada demanda, ampliamente utilizados, por ejemplo, en el transporte de viajeros. Sin embargo, combinar su uso en un contexto en el que los usuarios se ven obligados a competir con una jauría de bots para imponer una presión elevada para hacerse con las entradas del concierto al que desean acudir es, claramente, un comportamiento abusivo.